viernes, 20 de abril de 2012

¡La cosa entre peludas y peludos!

¡La cosa entre peludas y peludos!

 La actitud y el comportamiento de las mujeres se ha transformado de una manera tal, que ya; su contraparte nosotros los hombres no nos acordamos de su manera de ser, incluso hace poco, tal vez no más de 15 o 20 años recientemente pasados. Ver para creer, hay que ver cómo han evolucionado, tanto que en algunas cosas ya están a la par y en otras casi, sobre todo en el terreno profesional, que es; donde incluso ya tienen parcelas propias, ejemplos muchos; entre otros, relaciones públicas, gineco-obstretas, modas, y pare usted de contar.
El dominio de las mujeres

En algo en que las mujeres son dominantes es, en el apartado del suspiro, siempre y cuando acerquen con suma delicadeza un pañuelo a sus labios, gozan de una relativa inmunidad para el bostezo y el estornudo. ¿Cuando en épocas anteriores disfrutaban de esta aquiescencia? Después andando un poco más, los manuales del saber manejarse en público y de etiqueta, levantaron una pared entre las manifestaciones corporales ejercidas por uno y otro sexo.
 Aunque a pocos desconcierta que un hombre expectore a mitad de una fiesta o reunión de negocios, es seguro que por esta misma expresión en una mujer, las miradas de desaprobación caigan sobre ella, si esta no sale apresuradamente a ocultarse detrás de una mata e incurra en la indelicadeza de sonarse la nariz en público para expulsar los fluidos que suben por su garganta a consecuencia de un resfriado. En este momento tales cosas están cambiando, porque; si los hombres se depilan con electrolisis pecho y piernas, así como; dormir con el rostro embadurnado con cristales de aloe vera.
Aplicando la justicia

Por justicia las damas pueden participar en ciertas competencias hasta hoy reservadas a los hombres. Por cierto ya se han logrado progresos en ese despacito andar de esta revolución, en los terrenos de la urbanidad. Por esto desde su lado de la cama muchas señoras se permiten darle rienda suelta a sus ronquidos y siguiendo en la misma tónica, cada día aumenta el número de damiselas pegándole el pico a la jarra de agua, sin ningún rubor.

Luego de disfrutar de una copiosa comida, las más desenfadadas con una sonrisa de satisfacción, se permiten a la orilla de la mesa, lo agradable que resulta llevarse la mano a la altura del estómago, para sobárselo en suaves movimientos circulares, demostrando su llenura. Y aún más; incluso pegan un salto dentro de esa permisividad democrática, se llevan el protocolo por delante, y se entregan al detestable placer de hurgarse los dientes con un palillo, mientras esperan que el mesero del restaurante traiga la cuenta.
Nuestras heroínas

En la intimidad del hogar es cuando nuestras heroínas libran sus grandes batallas de la igualdad entre los sexos- ¡Oye! ¿Qué tanto te acomodas? Apresúrate que no me gusta llegar tarde –tú lo sabes- se amosca ella- con una cerveza en la mano y con el control del televisor en la otra- mientras se dispara un juego de futbol, entre sus equipos favoritos- Espérate, estas apurada- contesta el otro ¿Y, cuando el apurado soy yo? –Cálatela-

En todos los tiempos, los hombres no tuvimos ambages de sentir orgullo por la manifestación de nuestros eructos, y apenas ahora es cuando empezamos a apropiarnos del acto al que con todo derecho tenemos de llorar en público, es de esperar que ellas respondan haciendo uso de su derecho natural a conservar  su vellosidad,  tal vez la simetría definitiva, entre ambos géneros se alcance en momentos en que; no se sientan obligadas a salir de la alcoba, cuando la Madre Naturaleza las emplace a expulsar sus gases (pedo), se acomoden la cremallera del pantalón delante de los demás y les falle la puntería para tirar el papel usado en la papelera del sanitario.